Un caso: SWYNFORD
Me sorprende ver, y me deja azorado constatar cuán a menudo se usa el concepto de transmisibilidad linear paterna, remontándose a siete, ocho o más generaciones, incluso tomando ese seguimiento como una forma válida de selección en el pura-sangre, lo cual es muy peligroso ya que conduce a conclusiones totalmente erróneas, que pueden costar muy caro en el posterior mantenimiento de buenas líneas de sangre, que por una incorrecta valoración sean dejadas de usar. No dudo para nada de las buenas intenciones de quienes así presentan sus estudios, ellos estarán convencidos que tal forma de rastreo pueda tener alguna utilidad.
Quizás esta concepción provenga del Derecho, donde es el acto jurídico a través del cual una persona traspasa al fallecer sus bienes (también derechos y obligaciones) a otras denominadas "herederos", lo cual tradicionalmente era legado de padres a hijos varones, especialmente al primogénito varón. Sobre todo las leyes bárbaras procuraban conservar la sucesión en los varones, con perjuicio de las mujeres.
En el Derecho nobiliario aún se mantiene, ya que un título es heredado por el hijo primogénito, siendo un privilegio de masculinidad de orígen feudal.
En la concepción que mueve a analizar los pedigrees de tal manera, inconcientemente debe influír por ejemplo el mismo espíritu que motivó que en el Derecho Mahometano, derivado quizás de antiguas constumbres árabes, la herencia se divide en partes iguales entre los hijos varones, y medias partes para las mujeres.
Desde mi modesto punto de vista, en una óptica genética, la transmisibilidad linear paterna se diluye al cabo de tres o cuatro generaciones como máximo, y no dejo de reconocer que en muchos casos se hace muy difícil no caer en la tentación de asignarle mayor poder para perpeturarse por más de esa cantidad de generaciones, pero siempre la respuesta aparece por el lado de la influencia materna que se les adicionó.