El amor al Turf, cuando el Turf se siente de verdad, no es
otra cosa que el culto a la calidad del caballo pura sangre de carrera. Pero,
¿qué es la calidad? Casi podría decirse que cada turfman tiene un concepto
propio acerca de esa aptitud, sin llegar a concretarlo en una definición que
harto difícil resulta intentar.
“Calidad es ligereza”, reza un antiguo proverbio británico. “Calidad”
–se ha dicho-, es voluntad de vencer”. “Es vergüenza”. “Es corazón para sobreponerse
a la fatiga y luchar”. Pero, ninguno de esos conceptos llega a precisar lo que
la calidad es en realidad.
La calidad no es ligereza, por cuanto hay ligereza sin
calidad. La calidad no es vergüenza, porque en los animales que se desfogan
prematuramente en un derroche incontrolable de sus energías, hay auténtica
vergüenza, deseo de ganar y sobre todo, positivo temor de perder, pese a lo
cual no se les reconoce como dotados de calidad.
La calidad no es tampoco propiamente voluntad de vencer, por
cuanto hallamos a menudo alta calidad en los caballos sobones que dentro del
concepto gramatical de la palabra, han de ser la negación de la voluntad,
puesto que de no ser fustigados, constante y enérgicamente, no pondrían de su
parte el menor empeño por triunfar.
Y por último, la calidad no es guapeza, o lo que se entiende
por corazón para luchar, por cuanto existen animales positivamente valientes,
de relativa calidad, limitada, por cuanto necesita para manifestarse, el
acicate del “cuerpo a cuerpo”, de la presencia, digamos, “provocadora” del
rival, como ineludible incentivo para su deseo de triunfar. Y la verdadera
calidad en la acepción más amplia que le asignamos a la palabra, se manifiesta
en el “racer” que la posee, -dentro de las características que más puedan
convenirle para el logro de su dominio final-, durante todo el transcurso de
las contiendas.
Por lo demás, la calidad se diferencia del fondo en que
mientras en el caballo poseedor de calidad –ya sea un “sprinter” o un “stayer”-,
existe rebeldía frente a la fatiga cuando ésta se hace presente, el animal
dotado únicamente de fondo tiene una capacidad orgánica excepcional para no
fatigarse, pero una vez presa del cansancio, se rinde sin rebeldías.
¿Qué es, pues, la calidad, ese milagro inefable que se
transmite en el “pur sang” a través de las épocas, desde remotos tiempos, de
generación en generación?
La calidad es un innato instinto de predominar expresado en
el “race horse”, lo mismo que en el hombre, por un sabio y natural control de
sí mismo que lo conduce por un impulso subconsciente a lograr el máximo
rendimiento de sus facultades para alcanzar su ansiada finalidad. Para cumplir
el “mandato imperativo” que lleva en la sangre y que le ordena triunfar. Ese
control de sí mismo, se manifiesta en distintas formas. Ya en la manera de
imponer su colocación en carrera, o de adoptar el más beneficioso ritmo en su
acción. O bien, mediante la dócil entrega a los deseos de su piloto, en un reconocimiento,
instintivo también, de que ese ha de ser el mejor modo de alcanzar el máximo
aprovechamiento de sus facultades y energías para el logro de su propósito de
predominar. Por eso es frecuente que la experiencia o la veteranía en algunos
caballos, así como en los hombres, al principio incontrolados en su excesivo
afán de triunfar, logre sustituir con el correr del tiempo, a la calidad. Es
que con la madurez y la experiencia se puede conseguir a veces el autocontrol,
el equilibrio esencial en toda manifestación de calidad.
Eso en el “pur sang” y en el ser humano dondequiera que la
calidad se halle. En el deporte, o en la mesa de juego, un team o un jugador de
calidad es el que en los de mayor intensidad, en la lucha o de más emoción en
la apuesta, logra mantener su propio control, su equilibrio, ya sea por
instinto, o como resultado de la madurez que da la experiencia, que puede
considerarse algo así como una calidad artificial, en contraposición con la
calidad innata o natural.
INSPIRACION Y EQUILIBRIO
Ese don inapreciable que se ha dado en llamar calidad, se
manifiesta en el deportista –hombre o caballo-, a manera de maravilloso
equilibrio, entre el propósito y la acción; entre el ánimo y el esfuerzo.
Equilibrio, que es todo inteligencia, sutil, admirable, pero
que no está hecha de raciocinio, sino de inspiración; no de lucidez, sino de
luz!...
Por eso, es en el momento culminante de las justas
deportivas –en el instante de las luces-, que se pone en evidencia, que alcanza
su máximo relieve, la verdadera calidad. El que no es más que inteligente, sin
tiempo ni espacio para razonar bajo el imperioso apremio de las circunstancias,
se apaga por falta de iniciativa de decisión; el que no es más que guapo, por
falta de contralor en la prodigación de sus energías. Y entonces, se enciende
sola, radiante, la llama inconfundible de la calidad, brilla únicamente, la
milagrosa y suprema sapiencia de la inspiración.
En su esencia se asemejan arte y calidad. La obra de arte,
no es tampoco fruto del raciocinio, sino de la inspiración.
Y la inspiración surge también en el artista bajo el apremio
de circunstancias. De una fuerte “presión” de orden espiritual; un sentimiento
profundo, un momento o un estado de sufrimiento o deleite moral.
En que arte y calidad llevan dentro el “soplo de Dios”. Por
eso, en las manifestaciones más genuinas de uno y otra, existe la evidencia
viva de un milagro, que entusiasma hasta el delirio a quienes tienen la dicha
de advertirlo en toda su magnitud, aunque no lo puedan explicar…
Las expresiones máximas de calidad, llevan implícitas en la
acción, una inteligencia, un cálculo, de asombrosa precisión.
En fútbol, o en basketball, ese tiro que proporciona, una y
otra vez al jugador de calidad, el tanto sorprendente, con apariencias de
casual; ese quite, esa finta, ese pase, de justeza increíble, ese esfuerzo que
parecía imposible de realizar y que se repite no obstante, cuando lo reclama la
premura de una situación, están llenos en sí mismos de la más admirable
sapiencia; hay en ellos un cálculo perfecto, -milagroso-, de oportunidad, de
tiempo, de dirección, y hasta de efecto y velocidad; cálculo que, desde luego, ignora
como tal, quien lo lleva a cabo, como que es fruto de su inspiración; de su
calidad…
El jugador de clase, en los trances de culminación en las
luchas deportivas, sólo está seguro…de su seguridad; de su inspiración.
Con las obras de arte, ocurre también, que a menudo son
ignoradas como tales por su autor en el momento de darles realidad.
El deporte es un culto, como el arte y la religión. Los tres
son “absorventes” para el que desea triunfar; requieren vocación y en cierto
modo, constituyen una “evasión” de la rutinaria vida común.
Por los tres caminos el hombre, -creado “a Su imagen y
semejanza”, puede encontrar en sí mismo ese “algo” que tiene de Dios.
La calidad, el genio y la santidad, son, en el hombre,
distintas “expresiones de Dios”.
De ahí que las reverencie la Humanidad.
De esas tres “expresiones de Dios en el hombre”, la calidad
es, desde luego, la menor.
Por eso tal vez, la puede poseer también, además del hombre,
un animal, pero sólo un animal: el caballo, creatura predilecta de Dios.
Otros animales quieren al hombre y aún lo protegen, por
gratitud y fidelidad.
Pero, el único que le comprende es el caballo.
Ha sido su mejor amigo, desde tiempo inmemorial.
Cuando el espíritu de un hombre superior reclama alas para
la inmortalidad, se le monta por lo general, sobre soberbio corcel, en la
estatua que le ha de perpetuar.
Nuestro Artigas, pidió su caballo cuando se sintió morir.
Sabía que nadie comprendería mejor sus ansias de liberación.
El Turf es un deporte y como tal, un culto. El culto a la
calidad del caballo de pura sangre; de una raza admirable a cuyo mejoramiento
se ha dedicado el hombre, de siglos atrás.
El caballo en training es un asceta, y cuando prueba su
calidad en las luchas de la pista, se convierte para las multitudes, en un
ídolo, en un “semidiós”. Es que ha puesto en evidencia su capacidad de milagro
para responder a las esperanzas y a la confianza que el hombre ha depositado en
él.
Ha hecho gala de la suprema sapiencia de la inspiración para
alcanzar el equilibrio físico y anímico que habría de proporcionarle el
predominio de su mejor calidad.