Tal vez hubiera que recurrir al psicoanálisis para saber por
qué algunos hechos, mucho más que otros, se graban para siempre en la memoria
de los niños de muy particular manera. Pero, lo cierto es que eso ocurre y yo
lo sé, porque fui niño, ¿quién lo duda?, hace ya unos cuantos años…
Lo que voy a relatar, sucedió en 1922 (medio siglo atrás,
¡casi nada!), exactamente el 6 de agosto. Era una tarde de sol y Maroñas vestía
sus mejores galas. Se disputaba la “Polla de Potrillos” y yo con mis pantalones
cortos y mis largas ilusiones me fui a verla desde la pista del centro, detrás
mismo del disco de llegada. Confieso que no ví mucho de la carrera. Pero, de
pronto, en plena recta, los caballos ya muy cerca de mí, escuché casi azorado
el tronar cada vez más fuerte de los cascos, mientras se levantaba en el aire
una densa polvareda…Comprendí que la lucha era intensa por el chasquido de los
látigos y el resoplar de las narices de los pingos…por las interjecciones de
los jockeys, violentas, entrecortadas, y el frenético vocear de la multitud que
aclamaba a sus preferidos, con delirio cada vez más acentuado. Por supuesto, el
corazón se me saltaba en el pecho y la emoción me sacudía de un modo hasta
entonces para mí desconocido.
Y por fin mis ojos se “llenaron” del espectáculo sublime que
jamás olvidaría… Dos potrillos empeñados en duelo fiero, parecía como si se me
vinieran encima. Bajo el implacable rigor de sus jinetes respectivos, se
revolvían en una especie de furia más grande que ellos mismos. ¡De
titanes!...Uno, zaino negro; el otro, alazán tostado…estaban ahí, casi al
alcance de mi mano. Pero yo, como
paralizado a la vez de placer y de miedo, no me movía…Ya pisaban los
umbrales de la meta, cada vez más rabiosos, como si se odiaran!...el oscuro por
afuera y el tostado junto a los palos, muy próximos de donde yo me hallaba…Por
eso pude ver, lo que hoy, después de medio siglo, recuerdo estremecido todavía…
El ojo del tostado, saliéndose casi de su órbita por el esfuerzo desmesurado;
negro, de transparencia cristalina, con un fondo rojo de sangre…¡o de fuego!
Sí; hubiera jurado que aquel ojo estaba por encenderse en llamas!...Las llamas
de una calidad estupenda que en el fragor de aquella lucha lo abrazaba al
tostado por entero. Cruzaron la sentencia y yo me quedé espantado. “¿Qué raza
es ésta?…¿Caballos o leones?...
Claro que no dudé que había ganado el tostado. ¿Cómo podía
perder “exigiendo” el triunfo de tal modo?...Y no demoró mucho el fallo de los
sentenciadores. Entonces supe –recién entonces-, que el tostado de “la mirada
de fuego” se llamaba “¡El Cubano!”, y era “¡Bigre!” el nombre del zaino oscuro.
Una cabeza los separó en el disco, siendo Manuel Tapia el jinete de aquél y el
de éste Benjamín Gómez. Tercero Stayer,
a dos cuerpos y luego Richmond, Carlos Alberto, Pincel, William Hart, El Muñeco
y Milonguero…